Ha llegado una nueva carta del grumete, enviada desde Stromboli, hoy publicamos la primera parte, hasta la salida de Nápoles.
Día 6 – Nápoles – 15 de julio
Termino el día y comienzo con la sensación de haber vivido uno de esos días que ocupan más de 24 horas, me echaré a la cama reventado y todavía con la sensación ser muy torpe y gafe. Ya os contaré la historia entera, pero en resumen: Diego me deja esta mañana (a cambio de un bono de 10 guardias) irme de turismo por Nápoles en lugar de recibir a los nuevos compañeros del Acrobat y mover el barco de puerto. Me quedo en el tren dormido leyendo un libro sobre las conquistas de la Corona de Aragón a la vuelta de Nápoles. Acabo vete a saber donde …y sin dinero (dormirse en un transporte público tiene estos riesgos, menos mal que la documentación la llevo más segura).
Logro que un amable italiano me acerque al puerto di Stabia, sin saber que había dos… y llego al correcto a las once de la noche tras un inquietante paseo por una zona industrial de noche .. como si no hubiese visto suficientes series de asesinatos y me como una bronca …. merecida, eso sí, por mucho que me excusara en el fallo de la batería de emergencia del móvil.
Y juraría, seguro que influenciado por el libro que había leído durante todos los trayectos de este día interminable, que bajo cubierta, tres almogávares montañeses se asomaban por turnos y subrayaban ceñudos todo lo que me decía Diego sin poder aguantarse del todo la risa. También creí oír un “peores me las montabas tú”, pero me lo puedo haber imaginado.
Así que aquí estoy, acabando de cenar frío y habiendo perdido mi camarote, asimilando que mañana ascendemos el Vesubio y que hoy no ha sido mi día, mientras les oigo dormir abajo mientras yo me acurruco en la bañera del Acrobat castigado…
Día 7 – Vesubio
Antes de me despertase el amanecer, los montañeros (tres profesionales y uno amateur) ya estaban zarandeándome para que me despertara y preparara botas y ropa de abrigo ( ¡¡¡en verano!!!).
Aún no sabía ni donde estaba y ya teníamos que bajarnos del tren. Entonces, en un bar donde desayunamos, pude conocer por fin a los que iban a ser compañeros de ascensión, aquí y en otros dos volcanes, aparentemente, y marineros del Acrobat por encima de mi rango porque creo que anoche Diego me degradó ( no sé si hay algo más bajo que grumete).
Los nuevos compañeros eran Carlos Pauner, Fran Lorente y Raúl Martínez, un equipo de alpinistas que ha subido ochomiles. Seguramente os enteraríais antes que yo, porque por lo visto el día catorce (anteayer) hicieron una rueda de prensa que salió en Aragón Televisión, donde explicaron el proyecto de los volcanes y el proyecto Sailing Living Lab.
A la luz del día no se me borró la imagen de los almogávares, montañeses aguerridos, capaces de moverse en cualquier terreno. Pero sólo la imagen, porque enseguida me aceptaron como uno más, me explicaron que la subida iba a ser muy suave y terciaron para que Diego olvidase el follón de ayer.
Resulta que el Vesubio es paraje protegidísimo y no se puede subir de cualquier forma. Hay un autobús que llega a un refugio y una pista que sube los últimos doscientos metros hasta el cráter de forma muy cómoda. Durante la ascensión enseguida se pasa de una carretera de montaña, con sus curvas cerradas, rodeada de pinos, a un paisaje lunar, sin vegetación.
La subida en verano tiene dos pegas: el calor (por eso el madrugón) y la cantidad de turistas que suben. En cualquier caso para ser mi primera vez en un volcán todo me ha parecido muy impresionante. Además resulta curioso ver a un lado la caldera y las fumarolas y al otro las viviendas de millones de personas.
Fue, en cierta forma, tomar el punto de vista de la nube piroplástica que en una segunda erupción, cubrió de cenizas a los cuerpos que aún se conservan en la ciudad romana de Pompeya.
Por supuesto los tres himalayistas podrían haber subido tres veces en lo que subimos Diego y yo, pero usaron el plus de resuello en irnos explicando cosas que veíamos.
Decidimos bajar bastante pronto, pues habíamos dejado en el Acrobat al Almirante y nos quedaba pendiente un nuevo cambio de puerto, a Castelmare di Stabia, menos moderno, pero mejor situado, porque esta tarde el Capitán nos ha invitado a cenar por su cumpleaños.
Así que aquí estoy, de nuevo en la cabina preparándome para echarme y tardar un día más en descubrir si alguno ronca.
Muchos besos para todos
Juan Sebastian Pym