Dia 15: Volvemos a cruzar Messina
Hoy os escribo el décimosexto día de nuestro viaje ya por la mañana en una cafetería en Lipari, porque anoche no tuve tiempo de ponerme un rato. Diego nos dio ayer un descanso mañanero extra en Riposto antes de salir a embarcarnos en la travesía, que habría de llevarnos de nuevo a través del Estrecho de Messina hacia las Islas Eolias, porque la subida al Etna merecía el premio, porque tenía que preparar una ruta bastante larga y con cuidado para pasar el estrecho de noche y porque estaba reventado. Pero ni las horas extra de sueño, ni el desayuno de campeones que nos hizo el Almirante ni el dopping extra consiguieron que yo superase la paliza que llevaba encima, así que tuve que llegar a un acuerdo con estos para doblar mi turno de noche y así poder estar un rato más a la bartola bajo cubierta.
Así que ayer pasé casi todo el día en cabina tumbado en mi camarote, intentando leer el libro que compré en Nápoles y aprendiendo cosas de la historia compartida entre los territorios que una vez fueron dominio de la Corona de Aragón.
Algún rato subía a echar una mano y airearme, por ejemplo, justo subí para poder disfrutar de la impresionante vista de la ciudad de Taormina (apuntadla como visita obligada si se va a Sicilia). Una ciudad agarrada a las faldas de las montañas, con una vista privilegiada del Etna y con gran parte de la antigua ciudad romana perfectamente conservada.
Dedicamos todo el día a la travesía hasta Lipari, que es la capital de las Islas Eolias, de la que forma parte también Stromboli (así que, en cierto modo estábamos volviendo por nuestros pasos). Más adelante navegaremos hacia el oeste para encontrarnos con la isla de Ústica, frente a las costas de Palermo, que será nuestro centro de operaciones para una nueva fase del proyecto Sailing Living Lab, más centrado en lo científico. Pero allí no llegaremos hasta mañana.
Mientras nuestros particulares almogávares descansaban y cenaban, al Almirante y a mi nos tocó afrontar el paso por Messina cuando ya se hacía de noche. Afortunadamente, el tiempo había mejorado algo y el tráfico de barcos era bastante más reducido, aunque los ferris siguen pasando hasta entrada la noche, los grandes cruceros descansaban en lo puertos a ambos lados del estrecho con sus ocupantes haciendo gasto en garitos nocturnos y los pescadores apuraban sus últimas horas en la cama antes del madrugón para tener la mercancía al alba en las respectivas lonjas.
Lo cierto es que atravesar el estrecho de noche es una experiencia completamente diferente: navegar iluminado por las luces de Messina a babor y de varias localidades calabresas a estribor, viendo como las costas se abren al llegar al Faro y dan paso a un mar oscuro según se vira a babor para encarar las Eolias a las que nos aproximaríamos unas horas más tarde, con el alba a nuestra espalda.
Este momento de aproximación a las islas ha sido uno de esos de conservar en la memoria por muchos años, un momento compartido con el resto de compañeros, que subían para tomar el relevo sólo para encontrarse el amanecer a nuestra espalda sacando brillos del agua que surcábamos acompañados por un grupo de delfines que seguían y jugaban con nuestra estela y frente a nosotros los perfiles oscuros de la Isla de Lipari y su vecina Vulcano.
Una gozada.
Día 16: Visita a Lipari
Y así llegamos al punto en que me encuentro, en una pintoresca plaza de Lipari con el Acrobat a la vista, amarrado en puerto, sentado en una de las cafeterías que se encuentran entre la iglesia y la subida a la antigua fortaleza, donde esperamos encontrar más restos de la Corona de Aragón. En mi libro figura que esta isla fue dominio aragonés y que hubo presencia militar española sobre 1540.
Yo me he adelantado al resto de la expedición para coger sitio en la terraza y encargar una degustación de repostería y productos locales. Además Diego me ha nombrado temporalmente encargado de medios y estoy mandando fotos y vídeos a los colegas de la cooperativa dDialoGa que se encargan desde Zaragoza de actualizar redes, hablar con los medios y son los que hicieron el logo de la bombilla ese que os gustó tanto. Aprovechando que hoy tenemos wifi, nos han enviado una página entera del Heraldo de Aragón en la que hablan de nosotros, esa que papá vio en el bar del tío la misma mañana que se publicó.
Cuando hayamos acabado con todo lo que están trayendo, visitaremos la parte histórica de la ciudad, comeremos con tranquilidad en alguna pizzería (ya va siendo hora de resarcirme del fracaso napolitano, donde no me dio tiempo a degustar ni una pizza), cenaremos y haremos una minivaloración de la etapa volcánica para zarpar pronto por la mañana y afrontar lo que será la segunda etapa, en la que haremos un giro de 180 grados y pasaremos de las más altas y ardientes cimas de los volcanes a las profundidades y el frío de los fondos marítimos, donde probaremos alguna de las novedades tecnológicas que llevamos a bordo y que han aguantado las vicisitudes del viaje sin mayor problema.
Esta segunda parte de la Ruta de la Corona de Aragón tendrá como base la isla de Ústica, una reserva marina que según comenta debe ser muy adecuada para el submarinismo y que está también frente a la costa norte de Sicilia, pero en el extremo oeste, a unas millas de Palermo, la capital. Allí nos encontraremos a otro miembro importante del proyecto: Lucio.
Lipari es un pueblo pequeñito, pero muy impresionante, el casco histórico está dominado por una zona fortificada, otro Castelo como el que vimos en Ischia: parece que el origen volcánico de las islas supone muchas incomodidades a la población, pero facilita el trabajo de construcción de fortificaciones. El Castelo está junto a la costa y a sus pies, hacia el interior, con estrechas calles en pendiente se extiende el pueblo, abarcando el extremo este de la isla, que alterna pequeñas calas con acantilados y una costa rocosa.
Al norte queda una zona de aguas turquesas junto a una mina de pumita (lo que la abuela llamaba piedra pómez y tenía siempre en su bañera), en una zona que se llena de bañistas por lo exótico del paisaje: la mina ha dejado al aire unos escarpados acantilados blancos, que son los que le dan ese color tan especial al agua. Papá pensaría lo mismo que yo, que es muy bonito pero demasiado calor: para ver en foto mejor. Además, creo que allí no llegaremos a ir y nos quedaremos en el pueblo y haremos algunas compras.
continuará…